Apunte 8: Apología de las marchas sociales: breves consideraciones sobre política y movimiento desde Paul Virilio y Byung-Chul Han.

Apología de las marchas sociales: breves consideraciones sobre política y movimiento desde Paul Virilio y Byung-Chul Han.


Por Félix Rincón.


Llegado el momento, no se tratará tanto de ocupar tal o cual edificio como de aguantar la calle. (Virilio).


 
Olla usada por mi hermana menor y por mí, desde las marchas de noviembre del 2019 en Colombia. Fotografía del autor.




Continuando con el Apunte 7, en el que se hacía un breve recuento de las movilizaciones sociales más importantes en Colombia, con el estado de excepción como factor importante, se discurrió sobre el poder como una capacidad agentiva del pueblo, lo cual  ampliaba la perspectiva significacional del concepto toma del poder, y demostraba que la toma es posible, incluso en estado de excepción y pandemia. La toma del poder radica en la toma de conciencia del propio pueblo de esa capacidad agentiva que tiene. Gran ejemplo de ello fue el último gran estallido social en Colombia el 28 de abril del 2021, que permitió tomarse las calles y las nuevas instituciones -si se les quiere llamar así- que son las redes sociales virtuales; pero además, permitió que en el año 2022 llegara por primera vez al poder, en Colombia, un gobierno de izquierda, lo cual es, de algún modo, una toma (llegada) del poder. Al referirme a la calle y a las redes sociales virtuales como instituciones, me refiero a que realmente allí es donde se dan los cambios, en tanto que en éstas circulan las personas, y es en ellas donde reside el poder, no en las instituciones de antaño. El tránsito, la circulación, el movimiento acelerado o ralentizado, que se da en la marcha o movilización social, como factor irruptivo en unos espacios (calles, vías, autopistas físicas y virtuales) hechas para la circulación permanentemente acelerada del capital, es lo que se abordará en este nuevo Apunte.


El filósofo Paul Virilio en su texto Velocidad y Política (2006), hace una interesante reflexión sobre el poder, el capital y la calle, esta última, como lugar de circulación y de cambio de las dos primeras. Las tomas de las calles se hacen para producir cambios sociales, en tanto que la multitud de caminantes se convierte “en motor (máquina de asalto), vale decir, productor de velocidad” (p. 13). La persona que construye sociedad y se transforma en pueblo es quien realmente le da vida a la calle, una calle sin circulación es inoficiosa. Ahora bien, la calle, como concepto, debe ampliarse de manera perspectiva, al igual que ya se hizo con la toma del poder


La ampliación significacional del concepto calle, permite ver o crear calles en diversos lugares. Por ejemplo, el espacio podría verse como calle por donde circulan los planetas y demás astros. Si seguimos fragmentando el concepto en cuestión, el cielo y los mares son calles por donde circulan vehículos. Una vía férrea, una carretera terciaria, una autopista nacional o citadina, son calles. Las interconexiones nerviosas podrían verse como calles por donde circulan estímulos. Incluso las redes sociales son calles virtuales en las que hay un alto tráfico de información. Ahora bien, lo importante de la calle son las interconexiones que deben darse, para que circulen máquinas en pluralidad de direcciones, eso es lo que articula y enriquece.


La calle tiene principio y fin, marca un objetivo, de alguna manera tiene una narrativa. Los Reyes Católicos hacia 1480 dieron ordenanzas sobre la construcción (en sus tierras y colonias futuras) de una plaza mayor, desde donde se sacarán las calles que conectarán con los caminos y puertas principales de las ciudades. Allí se construían los edificios gubernamentales, administrativos, eclesiásticos y militares, por ello también se le llamaba plaza de armas, porque los militares hacían en el centro de la plaza el desfile de cambio de guardia. 


El puño militar es lo que afianza a los poderes burgueses.  Se da, de algún modo, un tácito estado de sitio. Las plazas mayores se convierten en una suerte de grandes máquinas inmóviles (Virilio, 2006, p. 19). Paradójicamente, las calles que permiten la circulación, el movimiento, alberga en las manzanas de la plaza de armas, instituciones que se niegan a la motricidad, al cambio. La inmovilización genera corrupción, muerte, así lo ven nuestros pueblos originarios, quienes afirman que un pueblo que se detiene está condenado a morir.


El filósofo surcoreano Byung-Chul Han, en su texto El aroma del tiempo. Un ensayo sobre el arte de demorarse (20015), en el capítulo 2, reflexiona sobre el tiempo y el significado que proviene del futuro. Esa proyección hacia adelante, es también lo que genera movimiento, deviene en aceleración (p. 22-23). El tiempo tiene un inicio y un fin, tiene una narrativa que permite ir hacia adelante y es lo que da sentido a la aceleración, al movimiento. "El tiempo comienza a tener aroma cuando adquiere una duración, cuando cobra una tensión narrativa o una tensión profunda, cuando gana en profundidad y amplitud, en espacio" (Byung-Chul, 2015, p. 25). Ganar espacio implica un devenir, un entrar y un salir mientras se avanza, un constante movimiento pluridireccional.


Las apreciaciones de Byung-Chul (2015) se pueden llevar al asfalto, a la calle, y reafirman lo que decía Virilio (2006), pues es en el movimiento que se da en la calle donde se dan los cambios reales, no en los Congresos. Las grandes reformas sociales se han ganado en las calles, con sudor, con lágrimas, con mutilaciones, incluso con muertes de ciudadanos marchantes. Los derechos que tenemos han sido ganados en su gran mayoría por el pueblo que se moviliza hacia la plaza mayor con su estado de sitio tácito, más no por las buenas intenciones de la minoría elitista que se inmoviliza y se aferra en sus oficinas. 


Byung-Chul (2015) en su tercer capítulo cita al filósofo Jean Baudrillard (1995) quien ve en la aceleración un modo de liberarse de la fuerza gravitatoria, pero también en la ralentización un modo de destruir (p. 27-28). Lo interesante de esta reflexión es que la marcha social tiene esos dos factores que son los que le dan verdadera vida y generan cambios. Por un lado, la marcha se mueve, se acelera, va hacia adelante, a por la plaza mayor, a llenarla, como diría Virilio (2006) "todo es cuestión del tiempo ganado por el hombre sobre los proyectiles mortales hacia los que precipita su marcha" (p. ) en esa plaza que vive en permanente estado de sitio, en estado de excepción. Por otra parte, la movilización es una ralentización de la constante aceleración a la que el sistema nos ha llevado. Ese ir despacio es lo que molesta, lo que incomoda, lo que perturba. La marcha, que pareciese estacionarse en las vías arteriales de una ciudad, interrumpe el flujo rápido de capital que el sistema ha captado y que debe mover para que no se devalue segundo a segundo, incluso el capital humano en el que vilmente nos han convertido.


La marcha no es inmovil, como lo ve el capitalista, la marcha se articula calle a calle, vía a vía, cada esquina es una coyuntura donde se interconectan con otros andantes que no son deambulantes, en tanto que traen una narrativa que los mantiene con los pies en la tierra. El marchante no está desnarrativizado, como lo pretende el sistema, el marchante tiene una narrativa social que se entrecruza con cada compañero que  marcha y esto es lo que la nutre. La sabiduría de los indígenas que en Minga viajan en sus chivas (buses modificados) desde el Cauca y Los Pastos hacia la Capital, y se unen con las comunidades negras que llegan desde el Pacífico colombiano, nutren de sabiduría a los marchantes citadinos. Las comunidades que fueron marginalizadas sienten que la toma del poder es posible, en tanto que al entrar en las principales vías de la Capital, acortan, de alguna manera, la brecha social que los separa de esa plaza de armas.


Las minorías periferizadas, en la nación, y en las ciudades mismas, en esos mal llamados cordones de miseria que sirven de escudo humano a la plaza mayor, son los que sub-vierten el movimiento y la velocidad exigida en el sistema. La marcha no elimina el movimiento de la ciudad o de la vía tomada, la marcha lo transforma, es una suerte de timing, un entrar y salir mientras se avanza. Los vendedores de agua, cerveza, banderas y cornetas que se hacen en las aceras de la vía tomada, son una suerte de luces estacionarias de la máquina de asalto llamada marcha social, que le dice a la hipervelocidad del sistema: acá estamos! sub-virtiendo su epistemología.


El timing de la marcha social incomoda a los gobiernos totalitarios porque no pueden lograr "el dominio total sobre la circulación de las masas" (Virilio. 2006,p. 23), para corromper totalmente. La marcha tiene la aceleración hacia adelante del sistema, pero no tiene la hipervelocidad del sistema, por ello, aunque pareciese que se va hacia la muerte misma, en tanto que se va a por las instituciones obsoletas protegidas por el puño armado, no se toman esos viejos recintos, sino que se para en frente y les dice: tenemos nuevas instituciones. De esta manera, la marcha social le arrebata tiempo humano al sistema. 


La marcha social es una máquina orgánica que produce velocidad, pero que gracias a la narrativa que contiene, que son los deseos de reivindicación social, se mantiene con su punto gravitacional, para no ser elevado del asfalto por la aceleración del sistema mismo. Le imprime un timing especial de entrada y salida, con entrecruzamientos colectivos constantes, que le permiten avanzar y evitar la corrupción de la misma. La marcha no sólo es importante, sino que es necesaria para demostrar que las viejas formas de gobernar tienen que transformarse y abrirse a otros pensares, a otras cosmovisiones, a otros universos epistemológicos. Si bien la marcha social. como máquina orgánica, podría ir en la quinta velocidad, prefiere ir en primera, para que ese ir despacio sub-vierta la hipervelocidad del sistema. No se necesita ir más rápido para superar y generar el cambio, el ir más lento sub-vierte las velocidades establecidas, y genera nuevas posibilidades de aceleración.



Bibliografía:


Baudrillard, J. (1995). La ilusión del fin. Barcelona. Anagrama.

Byung-Chul, H. (2015). El aroma del tiempo. Un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse.  Barcelona. Herder Editorial. 

Virilio, P. (2006). Velocidad y Política. La Marca Editora.









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