Apunte 12: Liberación de la mujer: breves consideraciones desde la erótica de la liberación.

Liberación de la mujer: breves consideraciones desde la erótica de la liberación.

 

Por: Félix Rincón.

 

 

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En este Apunte se darán unas brevísimas nociones conceptuales sobre la erótica clásica y contemporánea, para posteriormente presentar una aproximación a la erótica de la liberación. Es bien sabido que desde muchos mitos fundacionales se impone un patriarcado social en el que se doblega y se somete a la mujer, partiendo de una pseudo superioridad fálica que se fundamenta en el dimorfismo sexual para, con la fuerza bruta perpetuarse el varón en las diversas formas del poder.

    En el paleolítico y en los inicios del neolítico existían pueblos que llamaban a su gran dios como Madre, femenina, lo que denota que existía una suerte de matriarcado, tácito o explícito. Para la historiadora austríaca Gerda Lerner en su texto La creación del Patriarcado (1990) “La primera forma del patriarcado apareció en el estado arcaico. La unidad básica de su organización era la familia patriarcal, que expresaba y generaba constantemente sus normas y valores” (p. 57). Esto se empezó a fortalecer con la transformación de sus mitos fundacionales y sus dioses, que pasaron a ser masculinos para, de esta manera, imponer un patriarcado. Dichas sociedades falocráticas siguieron su robustecimiento desde lo intelectual al punto de que al varón se le atribuye la especie humana si vemos “que le llamamos en castellano: el hombre. Se dice ¨el hombre y la mujer¨, no el ¨varón y la mujer¨. ¿Por qué? Porque el que autocráticamente domina el ¨todo¨ se atribuye el nombre del ¨todo¨” (Dussel, 1990, p. 13). Se evidencia que la mujer fue anexada como elemento accidental a sociedades totalitarias patriarcales.

    Para Platón la mujer sólo era necesaria para parir hijos y, en la medida de lo posible, se esperaba que fueran varones (Dussel, 1990, p. 15). De acá la idea de que los hijos deben ser como los padres, una evidente pedagogía dominadora en la que los hijos no pueden llegar a ser realmente libres, sino que están condenados a ser lo que sus padres eran o digan que deben ser, hacer, pensar, etc. Desde la Edad Clásica y pasando por la Edad Media se sigue vislumbrando lo mismo, pero más teologizado, hasta que llegamos a la Edad Moderna y nos encontramos con autores que estimularon las sociedades patriarcales como Nietzsche quien, en su obra Más allá del bien y del mal (2006), dijo que se “Deberá considerar a la mujer como propiedad, como objeto al que se puede encerrar, como algo predestinado a la domesticidad y que en ella realiza su misión” (p. 85). Finalmente, tenemos a Ortega y Gasset, filósofo contemporáneo, quien en su texto El Hombre y la Gente (1961) afirma que “En presencia de la mujer presentimos los varones inmediatamente una criatura que, sobre el nivel perteneciente a la humanidad, es de un rango vital algo inferior al nuestro” (p.  165-169). Evidenciamos en estos tres autores, de tres épocas distintas, la misma línea de pensamiento patriarcal que domina y somete en primera instancia a la mujer, pero que dicha dominación llega hasta las niñas, niños y varones.

    La activista y feminista boliviana Adriana Guzmán en su texto Descolonizar la Memoria, Descolonizar los Feminismos (2019) manifiesta que el patriarcado es “una teoría en sí que explica el sistema de opresiones que vive la humanidad y la naturaleza” (p. 27). Lo que denota que el patriarcado no debe verse como un sistema de opresión masculino sobre lo femenino, sino que es un sistema global de opresión que afecta a la naturaleza, a varones y mujeres por igual, y que debe ser enfrentado desde la comunidad política unida, partiendo de las diversas formas de familia, entendiéndola como comunidad política y núcleo social.

    Ahora bien, si queremos liberar a las sociedades del modelo patriarcal, debemos iniciar con la liberación de la mujer partiendo desde otra perspectiva erótica. En la tradición judeo-cristiana existe la figura de Lilith, quien se dice fue la primera mujer que tuvo Adán, ella le reclamaba constantemente por la igualdad en tanto que ambos habían sido creados del polvo. Cierta vez, Lilith le reclamó a Adán por la forma de realizar el coito, ya que siempre ella estaba debajo de Adán, él quiso obligarla, ella se opuso, pronunció unas palabras mágicas, se elevó y desapareció en el cielo. Lo interesante de este fragmento mitológico es que Lilith genera un proceso liberador desde lo sexual. La cópula no será meramente un acto reproductivo, sino un acto destinado a la satisfacción femenina, al placer y al despliegue de sentimientos y sensaciones para, desde ellos, llegar a confrontar el racionalismo.

    Nos encontramos, entonces, frente a dos posturas que es necesario que se confronten, a saber, el racionalismo y el voluntarismo, este último ligado, de cierta manera, al hedonismo. Con el racionalismo acérrimo llegamos a pensar que somos espíritus prisioneros en una cárcel llamada cuerpo y que la única manera de trascender es mediante el retorno a la divinidad, es decir, contemplando (monjes, monjas, sabios, pensadores) y después de la muerte. Desde el voluntarismo podremos llegar a la felicidad mediante los placeres. Desde el racionalismo se podría llegar accidentalmente a creer que la felicidad es un proceso constructivo e, incluso, que el sufrimiento podría ser una forma de acceso a ella. Desde el voluntarismo podemos llegar a la felicidad mediante los diferentes placeres, eliminando miedos y tabúes que han sido enquistados y que, paulatinamente, nos han ido castrando en la sociedad.

    Lo anteriormente planteado no tiene por objeto llegar a una conclusión, sino generar algunas líneas de fuga posibles que nos permitan hablar de unos aspectos eróticos donde la mujer pueda liberarse y liberar a todos los que somos dominados por el patriarcado y, tal vez, esto se dé desde lo erótico. El sexo es el principal tabú, que se construyó y reforzó con ideologías religiosas y sus concepciones dualistas del bien y el mal, en donde el sexo por placer es malo y para la reproducción es bueno. En el pasaje anteriormente tratado sobre Lilith, cuando ella desaparece en el cielo, el ¨creador¨ hizo caer en un sueño profundo a Adán y de una de sus costillas crea e Eva, quien será su nueva compañera. Lo que se puede ver de esta narración es que se pretende soportar, mitológicamente, la dependencia de la mujer a un dominador llamado marido, cónyuge, esposo, etc., que determinan con quien pueden hablar; si puede salir o no; si puede o no trabajar, si puede estudiar o no; incluso, si puede disfrutar de un orgasmo o no. Esto es crítico porque se ha llegado al punto de que antropólogos evolucionistas sostuvieron por mucho tiempo que el orgasmo masculino era necesario para la reproducción humana, en tanto que las embestidas proporcionaban una suerte de propulsión al semen para que los espermatozoides pudieran llegar a fecundar los óvulos, mientras que el orgasmo femenino, decían, era una evolución con el único objetivo de estimular al varón para que la reproducción fuese un éxito ¡Porca miseria humana!

    Estos varones académicos creados por una sociedad falocrática son hasta víctimas del sistema patriarcal, no por ello deben de ser pasados por alto, sino que han de ser confrontados tajantemente, y así lo hizo la filósofa Elisabeth Lloyd quien asevera enérgicamente que, si bien el orgasmo femenino no tiene ninguna función biológica para ella, tampoco está destinado a la satisfacción del ego patriarcal, sino que, por el contrario, es para el deleite y el goce propio (2005). Es necesario, entonces, partir de la liberación orgásmica de la mujer para que se libere social y políticamente ella y, de paso, que nos liberen a los varones.

    La mujer desde su principal tácito dominador (esposo, novio, cónyuge, etc.) está condenada a cumplir sólo con deberes, deberes domésticos: cocinar, lavar, planchar, limpiar la casa; deberes maternales: cuidar de sus hij@s, cocinarles, limpiarles, educarles, etc.; deberes maritales: cuidar de su pareja, cocinarle, lavarle, plancharle, aguantarle, soportarle, satisfacerlo sexualmente y automutilar su placer y sentir como mujer. La mujer resigna su sentir por el pensar social impuesto, olvidándose de sí misma. La mujer está aprisionada en su casa por sus hij@s, por sus padres, por su cónyuge, que no la dejan ser ella misma para poder ser feliz.

    La mujer es vista como un mero receptáculo del falo que sólo busca penetrar, controlar, y mutilar a la mujer, olvidando que ella se entrega cuando ama y que ama lo que le gusta (De Sade, M. s.f., p. 12). Para el varón patriarcal no hay mayor afrenta que la infidelidad de su mujer, pero olvida que, como diría La Venus de las Pieles “nosotras somos fieles mientras amamos, pero lo que vosotros nos exigís es fidelidad sin amor y entrega sin placer” (Sacher-Masoch, s.f., p.13). El varón patriarcal es egoísta, se limita a su satisfacción sexual en el momento del coito, transformando a la mujer en un simple objeto de satisfacción personal-patriarcal, más no femenino. La mujer deja de ser sujeto y es transformada en objeto. ¿Se puede ser fiel sin amar?

    Los placeres han sido presentados como exclusivos para los varones y para las mujeres, al parecer, sólo quedan los deberes. El varón es quien sale, quien va a la guerra, quien va al trabajo, quien disfruta de todos los placeres. La mujer debe estar en casa cuidando de sus vástagos y manteniendo una estructura construida durante la historia mediante la estigmatización religiosa con mitos como el de Adán y Eva, en el que Eva fue la que indujo al ¨pecado¨ a Adán. La mujer, ideológicamente, fue convertida en lujuriosa y pecadora, pudiendo expiar esos lastres sólo mediante los deberes domésticos y la satisfacción de su marido, dentro de la prisión llamada casa.

    Toda esta construcción social patriarcal es la que debemos deconstruir paulatinamente si queremos mejorar como sociedad en general. Si queremos llegar a tener varones y mujeres libres, debemos liberar a nuestras hijas e hijos y esto sólo se logra desde la liberación de la madre. La mujer-madre, ha de liberarse del dominador llamado marido, ahora bien, liberarse no implica única y exclusivamente una separación física del compañero, es una de las vías en situaciones críticas, pero existen otras maneras. La mujer libre es la que está sexualmente plena, la que se siente querida, amada y deseada; la que estando en casa disfruta porque no se lo imponen; la que sonríe, la que es feliz; la que tiene amigos; la que puede salir a disfrutar de otros placeres que no siempre son sexuales y que no siempre debe disfrutar con su pareja, como lo es el comer, el hablar, el bailar, el beber. Los placeres no son simplemente sexuales, por ello la liberación erótica de la mujer ha de ser el poder caminar sola o acompañada sin temor a ser violentada -psicológica, verbal y físicamente- por un castrador castrado que también ha de ser liberado. Hecho claro es ver a un hombre en el acto sexual, rudo, fuerte y tosco, que no es más que una máscara que se derrumba en el momento de la eyaculación, cuando queda tirado como un individuo solo e indefenso que sucumbe en el lecho de su amada. En las mujeres está la capacidad de quitar la máscara del patriarcado social. Si la mujer se libera, todos nos liberamos.

 

BIBLIOGRAFÍA:

Dussel, E. (1990). Liberación de la mujer y erótica latinoamericana. Bogotá. Editorial Nueva América.

Lerner, G. (1990). La creación del patriarcado. España. Editorial Crítica.

Lloyd, E. (2005). El caso del orgasmo femenino: prejuicio en la ciencia de la evolución. Estados Unidos. Harvard University Press.

Marqués, D. (s.f.). La filosofía en el tocador.

Nietzsche, F. (2006) Más allá del bien y del mal. Editorial del Cardo. (Obra original publicada en 1886)

Ortega y Gasset, J. (1957). El hombre y la gente. Librodot.com

Sacher-Masoch, L. (s.f.). La Venus de las pieles. (A. Sánchez. Trad). TusQuest Editores. (Obra original publicada en 1870)

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