Apunte 6.5: Bonos de deuda pública y agroindustria.

 Bonos de deuda pública y agroindustria: análisis desde el

homo faber - animal laborans.

Por: Félix Rincón.



Imagen: Caricatura de Ferrán Martín. recuperado de: https://www.comunicare.es/bonos-basura-son-emitidos-por-empresas-con-alto-grado-de-inversion-2022/




Indudablemente el desarrollo agroindustrial es un pistón que mueve el motor de la economía mundial, grandes sumas de capital se inyectan a la educación e investigación para avanzar en ello, y de manera indirecta se potencian otras líneas de la economía como la farmacéutica, el marketing, la finca raíz, entre muchas otras. Ahora bien, es necesario volver a analizar la agroindustria y sus repercusiones, pero esta vez, desde los conceptos de homo faber y animal laborans, de la filósofa Hannah Arendt.

Para Arendt (2009) existen tres etapas que marcaron el desarrollo tecnológico moderno. La primera, es la invención de la máquina de vapor, sobre todo la explotación del carbón para alimentar dichas máquinas. La segunda etapa es el uso de la electricidad, se caracteriza porque para el homo faber todo es un medio para alcanzar un fin prescrito,  interrumpiendo y matando los procesos naturales. La tercera etapa es la automatización, que consiste en la canalización de las fuerzas naturales hacia el mundo artificio-humano; en esta etapa se destruye totalmente el propósito determinado del mundo y es evidente que el producto final, que tiene muchas etapas, no tiene relación alguna con el de su inicio (p. 150-165). Esa tercera etapa es clave en este análisis porque reúne las características esenciales de la racionalidad tecnoagraria, y que se manifiesta con la aceleración de los procesos de la naturaleza a través de la biotecnología, generando un modo de destrucción.

Lo anterior es sumamente importante porque desde esa etapa de automatización se pueden analizar los agroquímicos que son utilizados para destruir en vez de generar vida. Arendt (2009) afirma: 

[…] el homo faber, fabricante de utensilios, inventó los útiles e instrumentos para erigir un mundo, y no -al menos, de manera fundamental- para ayudar al proceso de la vida humana. La cuestión, por consiguiente, no es tanto saber si somos dueños o esclavos de nuestras máquinas, sino si éstas aún sirven al mundo y a sus cosas, o si, por el contrario, dichas máquinas y el movimiento automático de sus procesos han comenzado a dominar e incluso a destruir el mundo y las cosas. (p. 170)

Del mismo modo pasa con las semillas transgénicas, el objetivo real de la semilla ya no es alimentar al hombre y servir como nueva semilla para iniciar un nuevo proceso de cultivo y cosecha. En la semilla transgénica nada tiene que ver su origen con su fin, que ahora es, generar una patente que no sólo retorne el capital a los accionistas que invirtieron en la investigación, sino que permita dominar al pequeño productor mediante la criminalización de la semilla nativa. La semilla transgénica no tiene por fin generar vida al alimentar al hombre, ya que los macro cultivos GM –algodón, maíz, soya, canola- van direccionados a sostener, en forma de concentrados, a la salvaje industria pecuaria, y este tipo de producción genera demasiados gases de efecto invernadero. La semilla GM, transformada en patente de segundo uso como los biocombustibles, es un problema económico para toda la sociedad debido a los subsidios que inyecta el Estado y que beneficia a unos pocos. Los monocultivos demandan enormes cantidades de tierra y agua que paulatinamente van corriendo la frontera agrícola, desplazando a comunidades indígenas y presionándolas para que entreguen sus conocimientos ancestrales de botánica a multinacionales farmacéuticas. Las tierras se destinan a cultivos agrícolas tardíos,  que a su vez, se transforman en papeles financieros con los que se somete a naciones enteras, a través de bonos de deuda pública en el mercado especulativo mundial.

La instrumentalización se da tanto en el homo faber como en el animal laborans, sólo que para este último la instrumentalidad radica en un modo de aligerar su labor, mientras que para el primero la instrumentalidad es un edificar un mundo de cosas que termina imponiendo el proceso mismo y su respectivo ritmo al laborante, es decir, para el homo faber “El fin justifica la violencia ejercida sobre la naturaleza para obtener el material, como la madera justifica la muerte del árbol y la mesa la destrucción de la madera” (Arendt, 2009, p. 171), pero además, es dicho fin el que produce y organiza los medios, pues “El mismo producto final organiza el propio proceso de trabajo, decide los especialistas que necesita, la medida de cooperación, el número de ayudantes, etc.” (Arendt, 2009, p. 171). La semilla transgénica es quien decide de qué modo se germina, se siembra, se cosecha, la maquinaria que se usa y el agroquímico que se aplica, también determina cómo usar sus desechos para que sigan generando algún lucro, y finalmente decide si es necesario usar la guerra preventiva, pasiva o activa, para lograr su fin.

La instrumentalización del desarrollo tecnológico se reduce a un modelo utilitario, que cae a su vez en una interminable cadena de medios-fines-medios; para Arendt (2009) dicha cadena sólo se puede romper poniendo al hombre como el fin último, pero hay que decir que se corre el riesgo de caer en un utilitarismo antropocéntrico, a modo kantiano. Esto es a lo que Arendt (2009) llama la reificación, que no es otra cosa que el valor que adquiere la cosa a través del trabajo

 [...] el homo faber terminará sirviéndose de todo y considerando todo como simple medio para él […] ya no se entenderá al viento como fuerza natural, sino que exclusivamente se le considerará apropiado para calentar o refrescar, según las necesidades humanas, lo que significa que el viento queda eliminado de la experiencia humana como algo objetivamente dado. (Arendt, p. 177).

La semilla ya no importa como alimento para la vida, importa como fuente generadora de lucros para los pocos que realmente se benefician. Es evidente que la instrumentalización es un proceso de degradación, más allá de la aparente evolución que mediáticamente se vende.


El dilema de la agroindustria radica precisamente en esto, que realmente son las multinacionales productoras de agroquímicos, semillas transgénicas y farmacéuticas, seguidos de los grandes magnates de los monocultivos y los latifundistas criollos, los que realmente se benefician y han promocionado la idea de una mejor renta para los pequeños productores. Han sabido enquistar la idea de libertad kantiana en la población que destruye sus propias tierras con la esperanza de tener una mejor calidad de vida para los suyos, “El homo faber es efectivamente señor y dueño, no sólo porque es el amo o se ha impuesto como tal en toda la naturaleza, sino porque es dueño de sí mismo y de sus actos” (Arendt, 2009, p.164). Todo esto lo logran con la mass media que transmiten publicidad pagada, no siempre verdadera, y que a través de ferias agropecuarias muestran estereotipos de agricultores prósperos, pero la realidad es otra para los pequeños productores que no tienen tierras con acceso a vías para sacar sus productos. Incluso el acceso a créditos hipotecarios es lapidario para ellos, pues ante el cambio climático están arriesgando cada día no sólo sus cosechas, sino sus tierras, tierras que en muchos casos pierden por la deuda y posteriormente serán adquiridas por los mismos banqueros para desarrollar monocultivos en vastas extensiones de tierra que terminan destruyendo ecosistemas y desertificando la tierra misma. Tierras utilizadas en agricultura de largo plazo como la palma de aceite, cultivos de caucho, o reforestación. Estos tipos de cultivos se convierten en papeles financieros, bonos de deuda pública, con los que se generan grandes lucros para pocos y ruina para muchos. No hay mucha diferencia entre los bonos de deuda pública usados con los países pobres, y el famoso endeude que los caucheros aplicaban a los indígenas.


El problema de la agroindustria va mucho más allá de lo comercial y económico, es la destrucción de la armonía hombre-tierra-dios, es la manipulación del paraíso, es arrancar el carácter teleológico de la naturaleza misma, porque “El animal laborans, que con su cuerpo y la ayuda de animales domesticados nutre la vida, puede ser señor y dueño de todas las criaturas vivientes, pero sigue siendo el siervo de la naturaleza y de la Tierra” (Arendt, 2009, p. 160), la agroindustria destruye la esperanza de la sociedad. Es necesario destruir el hábitat de las sociedades para paulatinamente destruir proyectos reales de vida y, por ende, generar sociedades serviles, ese es el proceder del homo faber, “Este elemento de violación y de violencia está presente en toda fabricación, y el homo faber, creador del artificio humano, siempre ha sido un destructor de la naturaleza” (Arendt, 2009, p. 160), la destrucción es lo propio de la fabricación; es necesario destruir la naturaleza para crear el mundo artificial, este último en contraposición al mundo natural que es nuestro hogar. 


De lo anteriormente dicho es interesante la reflexión que Arendt (2009) hace sobre la naturaleza 

Para una sociedad de laborantes, el mundo de las máquinas se ha convertido en un sustituto del mundo real, aunque este pseudo-mundo no pueda realizar la tarea más importante del artificio humano, que es la de ofrecer a los mortales un domicilio más permanente y estable que ellos mismos.  (p. 171)


Pareciese que el homo faber, en su indefensión inmensurable, pretendiera someter a la naturaleza misma y acortar la existencia de ella, para intentar ocultar su propio carácter finito. Pareciese que el homo faber, con la creación de artefactos, intentara crear un pseudo-mundo que le ayudara a olvidar su cercanía con la naturaleza misma para poder dominarla sin generarse culpas internas que frenen su antropocentrismo egocéntrico.


El homo faber refleja el carácter efímero de la condición humana, y lo manifiesta en su fabricación, objetos poco duraderos, reemplazables, y en ello se ha convertido la naturaleza misma. Objeto de posesión del cual se dispone y se explota, incluso de los desechos mismos se busca un modo de negocio lucrativo. Es una secuencia de fines concatenados en la línea horizontal del tiempo. No existe ya la armonía del animal laborans con la naturaleza, sino la explotación perpetua del homo faber, explotación que va destruyendo paulatinamente nuestro mayor y principal domicilio que es el planeta mismo. El homo faber, en su intento de procurarse un refugio, en el cual protegerse de las fieras y tener un espacio de privacidad y reflexión, termina destruyendo su principal domicilio, el mundo natural, su verdadero hogar.






Bibliografía:


Arendt, H. (2009). La condición humana. Primera edición. (Ramón Gil, trad.). Buenos Aires, Argentina: Paidós.


Comentarios

Entradas más populares de este blog

Apunte 10: Las economías del sentir: apología del truque y el regateo desde el pensamiento indígena de Abya Yala.

Apunte 9: Golpe Blando en Colombia: una radiografía desde el reclamo del Movimiento AISO a la Revista Semana.

Apunte 12: Liberación de la mujer: breves consideraciones desde la erótica de la liberación.