Apunte 6.2 : Agroquímicos, transgénesis, guerras y biocombustibles.

 Agroquímicos, transgénesis, guerras y biocombustibles.

Por: Félix Rincón.


https://www.larepublica.net/noticia/agroquimicos_danan_suelos_y_salud/amp

Como se ha venido analizando (en Apuntes anteriores), el fenómeno agrícola ha ido avanzando de manera ascendente, y tiene una manifestación significativa en la creación de agroquímicos que potenciaron de manera notable las cosechas de los cultivos. Fritz Haber, químico alemán, Nobel de química en 1918, y ¨el padre de la guerra química¨, es referente por haber desarrollado la síntesis del amoníaco, el cual es indispensable para la fabricación de fertilizantes y posteriormente agroquímicos. Sus avances científicos fueron de gran utilidad para la creación del Zyklon A, un insecticida usado para fumigar graneros. Posteriormente, en la Segunda Guerra Mundial, los nazis produjeron una versión modificada y la llamaron Zyklon B, que en un principio se presentaba como un plaguicida usado para matar ácaros y piojos -que favorecen la propagación del tifus- y que luego fue usado en las cámaras de gas de exterminio nazis.

El Zyklon B se hizo al agregarle el ácido 2, 4D, un componente químico que lo modificó. El ácido 2, 4D ataca la mitocondria de la célula y genera una interferencia en el proceso respiratorio de la célula, generando así una muerte celular del ser vivo. Esas características fueron las que generaron interés en los estadounidenses, quienes lo llevaron consigo tras la guerra y lo empezaron a producir con algunas mínimas adiciones químicas, generando sus propias patentes bajo otros nombres, pero con el mismo componente activo. 

Todo el avance en la industria agroquímica le permitió a Estados Unidos fortalecerse como potencia, “Durante el período posterior a la Segunda Guerra Mundial la economía creció de manera constante, anclada en el desarrollo agrícola, la industrialización y la competencia armamentista entre las dos grandes potencias (Estados Unidos y la URSS)” (Pérez, 2007, p. 14), además que le permitió recordar guerras pasadas para enfrentar las venideras, tal fue el caso de la guerra con Vietnam. En dicha guerra Estados Unidos ejecutó la operación Ranch Hang, en la cual dispersó unos 80 millones de litros de químicos defoliantes y herbicidas, con dos objetivos específicos. El primero era la pérdida del follaje de los árboles de las selvas vietnamitas para poder visualizar dónde se escondían las guerrillas; el segundo, destruir los cultivos que generaban alimento para las guerrillas, al igual que generar desplazamientos masivos hacia las ciudades que estaban bajo el control estadounidense, lo que permitía controlar las ciudades y facilitar los bombardeos rurales. En dicha táctica de guerra, atroz de por sí, murieron cerca de 3 millones de vietnamitas, y por lo menos medio millón de niños nacieron con deformaciones por los efectos tóxicos de los agroquímicos.  

Algo en lo que es necesario hacer énfasis, es que las guerras, necesaria y tristemente, potencian algunas economías. La academia, la investigación científica, la tecnología, entre muchas otras áreas, son jalonadas por la lucha armamentista de dichas potencias. Del mismo modo lo vió el periodista y escritor estadounidense Thomas Friedman, quien en algún momento dijo, (modificando un poco la teoría de la mano invisible de Adam Smith) la mano invisible del mercado no funcionaría sin el puño invisible. Las potencias necesitan de los conflictos internos en países específicos para estimular la venta de armamento, pero sobre todo, para seguir extrayendo materias primas a bajo costo. 

Las potencias mundiales ejercen presión político-militar directa a través de amenazas y ataques, ante la hipotética amenaza de que se reduzcan las ganancias que reciben de la extracción de recursos en los países pobres. Con amenazas se abren los mercados para abaratar las materias primas .  Entonces,  “nos vemos tentados a corregir a Friedman: hoy para Estados Unidos el puño cerrado no es un factor adicional a su mano invisible, sino que el puño cerrado es su mano invisible” (Pérez, 2007, p. 22), queda claro que los objetivos se logran a toda costa sin importar quienes deben pagar el precio. 

Con los herbicidas e insecticidas de amplio espectro, se abre un amplio campo de acción en la agroindustria, y hay dos a los cuales quiero hacer referencia: la producción de fertilizantes químicos (agroquímicos) y la modificación genética de semillas que deriva necesariamente en la producción de biocombustibles. El primero se lleva a cabo con la creación de químicos con altas concentraciones de nitrógeno, fósforo y potasio. Estas altas concentraciones de sales generan en las plantas un alto nivel de deshidratación, por ello las plantas demandan elevados niveles de agua, generando en los frutos una excesiva retención de líquidos que generan alimentos visualmente apetitosos, pero que dejan en entredicho su salubridad, o por lo menos su carga nutritiva. Al usar este tipo de fertilizantes que, como ya se dijo, demandan mucha más agua, se empieza a usar al extremo las fumigaciones con glifosato y demás herbicidas para acabar la capa vegetal que no es cultivo y, de esta manera, evitar que dicho material vegetal consuma el agua destinada al cultivo. A medida que siguen avanzando en los ciclos de cultivo, se hace necesario hacer arados mucho más profundos ante la inminente desertificación de los terrenos derivada del modo destructivo de producción.

Las plantas mediante procesos químicos internos generan mecanismos de defensas contra las plagas, pero ante el desmesurado crecimiento de los monocultivos, las plagas se hacen incontrolables; las plantas no pueden hacer su propia defensa química, ya que los herbicidas usados lo impiden. “Cuando las plantas convencionales son tratadas con el herbicida glifosato, éstas no pueden producir los aminoácidos aromáticos que necesitan para sobrevivir” (Chaparro, 2011, p. 237). Todos estos aspectos son los que van estimulando a la investigación y profundización en la transgénesis. La transgénesis es la transferencia de genes entre plantas de distintas variedades o especies, e incluso entre animales y plantas, esto se logra ante la necesaria búsqueda de genes resistentes a herbicidas, o para el control de plagas, en los macrocultivos, que representan grandes intereses económicos para las transnacionales. 

Las transnacionales incentivan la investigación y, como ya se ha dicho, todo va permeado por intereses económicos. El objetivo de todo proceso investigativo es la obtención de patentes. Cada mejora que se haga a alguna semilla, automáticamente, genera una patente, que amarran a naciones a dichos productos y las convierten en tributarios directos sin beneficio alguno. El campesino es obligado a utilizar determinadas semillas y productos por veinte años o más, pero no siendo ello suficiente, las transnacionales, apoyadas en el derecho comercial, formularon algo que se llama patentes de segundo uso. La patente de segundo uso se deriva de una patente inicial, y tiene por objetivo extender las cláusulas de exclusividad sin término definido, es decir, es una constante secuencia de fines concatenados. 

La semilla transgénica representa un importante ingreso para las transnacionales dedicadas a la agroindustria, no sólo por la patente de la semilla como tal, sino por las patentes de segundo uso que prorrogan los términos de exclusividad. La soya, la canola, el maíz, la palma de aceite y la caña de azúcar son ejemplos claros de ello, pues al modificarlas obtienen un beneficio inicial que es la obligación de compra (de muchas naciones) de dicha semilla; posteriormente el beneficio de compra de agroquímicos para fertilizar, controlar plagas y malas hierbas en esas semillas específicas,. También obtienen un beneficio económico ante el manejo de los precios mundiales de dichos productos a través de la especulación; y por último, obtienen un beneficio con la producción de biocombustibles derivados de dichas plantas. Un ejemplo de ello es que las multinacionales están trabajando fuertemente en la obtención de biocombustible a partir de subproductos como el bagazo de la caña, y esto viene siendo otra patente más de segundo uso en dicha industria.

La producción de biocombustibles no es del todo rentable y se sostiene gracias a los subsidios del presupuesto público de cada nación. Dichos subsidios se apoyan en el temor social por el cambio climático, pero en realidad lo que los sostiene son las proyecciones abstractas del mercado que transforman automáticamente los biocombustibles y las plantaciones para la producción de los mismos, en papeles financieros con los cuales las multinacionales siguen generando ingresos en el mercado especulativo mundial, e invirtiendo en otros nichos económicos, en el fondo es una pirámide.

Otro factor importante en la producción de biocombustibles es el interés armamentístico de las potencias para ejercer dominio. Ante el consumo excesivo del petróleo y sus derivados, nace el miedo por el agotamiento del recurso, y ante ese miedo se generan dos necesidades. La primera necesidad es la de sustituir ese recurso con otro, se sustituyen los combustibles fósiles por biocombustibles. La segunda necesidad es la de poder someter militarmente poblaciones ante un posible desorden social por la imposibilidad de las naciones de suministrar los productos y servicios derivados del petróleo, o someter militarmente a naciones para la obtención de las pocas reservas de petróleo y de esta manera alimentar su maquinaria militar 

La fuerza militar garantiza control territorial para manejar tales recursos, pero, además, tales recursos generan fortaleza militar. En caso de una guerra de amplias proporciones, sólo quien posea unas reservas de petróleo suficientes podrá dotar de combustible a sus aparatos de combate. (Pérez, p. 23)

Es evidente que la guerra preventiva, especulativa o práctica, estimula directa o indirectamente la investigación en biocombustibles y, por ende, la investigación agroindustrial.

Todos estos esfuerzos de la industria agroalimentaria han estimulado el avance científico, beneficios económicos, mejor calidad de vida, incluso guerras, como ya se vió, se han ganado con dichos avances, pero es innegable que en todo proceso, por bueno que parezca, existen daños y repercusiones. Estos aspectos, los pros y los contra, son los que se intentarán abordar en el siguiente Apunte.





Bibliografía:


Chaparro, A. (2011). Cultivos transgénicos: Entre los riesgos biológicos y los beneficios ambientales y económicos. Acta biológica colombiana. Vol. 16 (3), 231-251.

Pérez, O. (2007). TLC y pueblos indígenas: entre el saqueo y la resistencia. Bogotá, D. C., Colombia: Colección Autonomía Indígena.



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