Apunte 6: Racionalidad tecnoagraria y la racionalidad ecológica.

 Análisis de la racionalidad tecnoagraria y la racionalidad ecológica

desde Enrique Dussel y Hannah Arendt


Por: Félix Rincón.


Imagen 1: Revolución agrícola. Recuperada de https://historiaybiografias.com/revolucion_agricola1/



Introito.

Con la revolución industrial la economía ha ido creciendo de manera constante y exponencial, de la mano de la agricultura, la industrialización y el armamentismo. Es innegable que la agricultura ha sido el principal pilar en la economía de las sociedades, y que se potenció con la industrialización. En estas primeras líneas se vislumbra un cambio en la concepción ecológica de la agricultura que aleja paulatinamente al hombre de la naturaleza y que ha venido generando un impacto negativo en el medioambiente y en la salud pública. Lo anterior podría verse como una pugna entre lo que defino como racionalidad tecnoagraria y racionalidad ecológica. 

Para analizar la racionalidad tecnoagraria se dará un brevísimo repaso histórico de la agricultura hasta llegar a la industrialización de la misma. Esto último ratificó a algunos países como potencias mundiales gracias a la acumulación del capital logrado con la explotación agrícola intensiva. Estas potencias usaron la agroindustria, de manera directa e indirecta, en guerras, cuando vieron en el armamentismo y en la agroindustria un fructuoso nicho de inversión con ganancias pluridireccionales que, al mismo tiempo, las fortalecía militarmente para seguir manteniendo el control territorial  y, por ende, el de los recursos naturales, los cuales son la base en la cadena de producción del actual modelo económico imperante. 

La actual guerra que se libra entre Rusia y Ucrania contiene un complejo trasfondo geopolítico, el cual es atizado de manera quirúrgica por Estados Unidos y la Unión Europea con su brazo militar (OTAN), como contrapeso a la balanza del nuevo orden mundial que se venía inclinando en favor de Rusia y China. Si bien esta guerra se puede abordar desde diversas aristas, como lo son la inflación producida indirectamente por la pandemia del Covid-19, la crisis de los contenedores y la escasez de materias primas, los combustibles fósiles y el deseo de ralentizar la transición energética, entre muchas otras. Lo que me interesa abordar es lo concerniente con la agricultura y los agroquímicos. 

Si bien las luchas se analizan principalmente desde lo económico y armamentístico, la máquina de guerra demanda necesariamente de una materia prima llamada humanos, y sin la cual no funcionaría. Dicha materia prima la divido en gladiadores y espectadores. Los humanos son la fuente de combustión de la guerra, pero igualmente ellos necesitan combustible, por ello los alimentos deben estar en permanente disposición para los gladiadores (tropas) y para los espectadores intercontinentales que participan de manera virtual, como respuesta inconsciente al cebo de la mass media, en este macro Circo Romano llamado Tierra. Lo anterior nos permite comprender que la mayor crisis de este conflicto radica en la demanda mundial de cereales y los agroquímicos necesarios para la producción de esos cereales (y de otros alimentos a nivel mundial) que se producen en grandes cantidades, en estas dos naciones en conflicto, y que podría derivar en hambrunas (tal vez) premeditadas, y en tanto que premeditada ha de verse como forma de lucha, es decir, como arma de guerra.

Por lo expuesto anteriormente, emergió la necesidad de escribir unas cuantas líneas para analizar la agricultura, partiendo del acto de cultivar y del germen de todo alimento, la semilla, hasta llegar al modo en que esta cápsula de vida (semilla) ha sido usada como arma de guerra para monopolizar la economía mundial mediante la manipulación genética de la misma. Las semillas transgénicas, entonces, son un ejemplo claro sobre cómo se dominan sociedades enteras controlando la base del ciclo de producción alimentario. Los agroquímicos, los biocombustibles y los medicamentos, están necesariamente anclados a la semilla transgénica. Estos procesos de imbricación premeditada es lo que defino como racionalidad tecnoagraria.

La reflexión se abordará desde la filósofa alemana Hannah Arendt, quien en su obra La condición humana (2009), afirma que los conceptos homo faber y animal laborans no se contraponen, en tanto que son dos dimensiones de la condición humana que reflejan al hombre en su unicidad. Desde esos conceptos se puede hacer un paralelo con la anteriormente esbozada racionalidad tecnoagraria y la racionalidad ecológica de la agricultura, entendiendo que no son dos racionalidades distintas, sino dos dimensiones de una misma condición. De igual manera, desde los conceptos domusfocus desarrollados por el filósofo argentino-mexicano Enrique Dussel en su texto Filosofía de la liberación (2011), se propondrá una posible solución a la pugna suscitada entre racionalidad tecnoagraria y racionalidad ecológica de la agricultura, desde una convergencia entre esas dos dimensiones propias de la condición humana.


Apreciaciones preliminares.

Es innegable que la revolución industrial generó grandes beneficios en la agricultura y en la producción de alimentos, en tanto que se logró elevar los índices de producción y mejoró la economía mundial. Lo anterior se logró con los avances científico-tecnológicos que generaron la maquinaria necesaria para dicho propósito y que, de igual manera, desarrollaron agroquímicos que demandaba la agroindustria para controlar plagas que devastaban cultivos, al igual que los fertilizantes que propiciaban grandes producciones de alimento en un menor tiempo.

Ese deseo de aceleración de los procesos de la naturaleza, como búsqueda de nuevos nichos de inversión ante la crisis económica de los setenta, es una clara manifestación de la racionalidad tecnoagraria que buscaba (y sigue buscando) de una u otra manera, dominar a la racionalidad ecológica. El deseo de obtener cosechas en el menor tiempo posible, acortar tiempos en la entrega de alimentos y materias primas, más allá de buscar posicionarse estratégicamente en el mercado, lo que deja ver es un deseo de dominar, de someter, de controlar.

La economía actual pudo superar el modelo de control territorial mediante el sometimiento (propio del colonialismo), pero ya no físico-territorial, sino abstracto-económico. Controlando el mercado económico abstracto especulativo se dominan naciones sin penetrar fronteras territoriales físicas. Transnacionales aliadas con farmacéuticas, realizan un control de todos los ciclos de producción alimentaria, desde la semilla hasta los mal llamados desechos, sin ejercer un dominio territorial físico real. El dominio espacial, territorial, tangible, se supera mediante el control de los ciclos, de los tiempos, y esto se logra al obtener el conocimiento ancestral de comunidades originarias, para dominar, primero de manera intelectual y luego de modo económico. Ese ejercicio del poder, ese control desterritorializado, obtenido mediante la abstracción de la economía, es lo que se pretende abordar.

Es importante decir que la revolución industrial se fortaleció a través de la división, de la especialización. Parcializando el conocimiento se generan muchos más avances, en tanto que esto permite un mayor dominio (control) del mismo. La educación se perfiló de esta manera con las especializaciones. La medicina vio el cuerpo humano como una máquina con partes cambiables, lo cual se evidencia con las prótesis y los trasplantes. La economía, de igual manera, colapsa mercados con la sobreproducción para luego buscar nuevos nichos de inversión o plantas de producción en otras latitudes con mano de obra mucho más barata: piezas reemplazables en la gran máquina llamada mercado mundial.

    Para la economía es imperante la separación cultural (o en su defecto la fragmentación) de las personas para que se pueda dar una alienación en el mercado transcultural, y esto se logra mediante la irrupción de la unión cósmica dada entre hombre y naturaleza, que no es otra cosa que una desmitificación social con fines económicos. Se parcializa, se divide, para explotar al máximo el carácter tangible de un hábitat y luego se domina lo intangible para terminar de explotar lo que queda del mismo. De esta manera el homo faber, la racionalidad tecnoagraria, controla el hábitat en plenitud (lo tangible e intangible), sometiendo así al animal laborans, a la racionalidad ecológica, y dejando repercusiones nefastas en el medioambiente, y por ende, en la salud pública.




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