Apunte 1: La despatologización social como resignificación política.

 La despatologización social como resignificación política.

Por: Félix Rincón.



El miedo es un mecanismo de supervivencia generado por estimulaciones nerviosas del cerebro que lleva a los animales a escapar ante un peligro inminente, pero ante la imposibilidad de la fuga los lleva a la confrontación. En el caso de los humanos, el miedo ha permitido avanzar y crear edificaciones o armas que le brindan protección. La casa como domo da seguridad y el fuego permite ahuyentar a las fieras del campo. La luz ayudó a perder el miedo a la oscuridad ante nuestra desventaja óptica frente a fieras nocturnas, de este modo el ser humano intentó perpetuar el día con iluminación artificial para sentirse en un estado de seguridad. El ser humano, temeroso por sus desventajas biológicas, busca el modo de controlar su hábitat para estar tranquilo, quiere homogeneizar todo según su conveniencia sin importar si ello deriva en el exterminio de lo distinto, de lo diferente, de lo heterónomo. 

El miedo como mecanismo de supervivencia trascendió de lo meramente vital a lo conceptual-reflexivo, por ello todo el que piense distinto es enemigo y debe ser atomizado, agenciado, alineado, o en su defecto, eliminado. Esta actividad ejercida de manera sistemática por el establecimiento se transforma en ideología contra las minorías. La homogeneización o totalización es el modo como el establecimiento agencia sistemáticamente su miedo contra las minorías reflexivas. La ideología contra las minorías no fue suficiente, por ello tuvo que mutar a doctrina, a saber, la del enemigo interno, que se argumentó conceptualmente y se decantó en una patologización social, concepto muy bien trabajado por el filósofo español Josep María Esquirol en su libro La resistencia íntima

La crisis multidimensional del sistema, que quedó expuesta de manera más patente con la reciente pandemia del covid-19, ha permitido ver de modo más claro la patologización de la sociedad en general. Todo se proyecta como enfermedad, el exceso de energía del párvulo y el infante es visto como enfermedad: hiperactividad; el deseo de espacios de soledad de algunos jóvenes no es visto como una oportunidad para un proceso reflexivo sino como un proceso negativo: introyección; incluso hoy en día la homosexualidad aun es vista como una enfermedad que debe ser combatida con las mal llamadas terapias de conversión. Las minorías reflexivas son vistas como núcleos subversivos contra el modelo hegemónico. Todo es proyectado como un estado enfermizo o decadente, más no como una posibilidad, e incluso como una génesis.

El miedo del sistema por las minorías tiene su asidero no en la cantidad numérica de las mismas, sino en lo innumerable, lo incodificable que les es propio.  Lo diferente, el otro, las periferias, las afueras, las minorías, son focus de producción de alteridad, y en ese orden de ideas, se escapan del control del establecimiento, por ello son patologizadas, para que sean vistas como los enfermos, los que deben ser rechazados dentro de la sociedad, los que no tienen ni voz ni voto. Pero el rechazo no es suficiente y allí llega la máxima expresión de la patologización social que radica en el aniquilamiento mediante la expropiación de la capacidad de participación política del otro. Para el establecimiento las minorías, al no poder ser atomizadas en el modelo hegemónico, son presentadas como enfermas, y como tal, no pueden participar en política. La búsqueda insistente del sistema de patologizar la sociedad tiene por objetivo la homogeneización de la misma, pero deja entrever que la verdadera enfermedad es la alienación, la atomización, la reducción de la persona en individuo, la disolución de la persona en la masa acrítica. 

Las minorías no son enfermos, sino por el contrario, son seres extremadamente activos en tanto que su reflexión crítica cuestiona constantemente el modelo del establecimiento. Las minorías no pretenden aniquilar al otro sino, por el contrario, tender puentes epistemológicos, ya que reconocen en el otro no una limitante, sino una posibilidad de trascendencia. El otro no debe verse como una decadencia sino como una heterogénesis, como lo diría el filósofo frances Félix Guattari, necesaria en la actividad política. 

El establecimiento busca frenar la interconexión de los puentes epistemológicos de las pluralidades que son indispensables para la generación de nuevas formas de resistencia al modelo establecido. El resistir  de las minorías consiste en enfrentar el establecimiento cara a cara, sin diluirse en él; la confrontación argumentativa de las minorías debe ir orientada a desarmar con generosidad el blindaje adquirido de manera histórico-cultural para crecer mutuamente de manera armónica. De este modo las minorías resisten a la alienación como enfermedad moderna, se desmonta la doctrina del enemigo interno, despatologizando la sociedad y resignificando la capacidad agentiva política del otro que había sido expropiada al señalarlo como enfermo social. Las minorías no sólo tienen la capacidad política, sino que son necesarias en lo que podría postularse como una democracia real.




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