Apunte 3: La desterritorialización en la política de las minorías.

 La desterritorialización en la política de las minorías.


Por: Félix Rincón.



Las minorías, como se ha venido hablando en ¨apuntes¨ anteriores, son patologizadas, marginalizadas por el sistema establecido por miedo a perder los beneficios propios del poder. También se ha dicho, desde una teoría de conjuntos, que las minorías son las únicas que pueden exceder cualquier totalidad posible gracias a lo incodificable que le es propio. Ese carácter de incodificabilidad tiene su asidero en que no tienen un territorium propio definido.

Territorium etimológicamente significa tierra que pertenece (a alguien), también podríamos decir, en primera persona singular, que es mi territorio, mi pueblo, mi terruño, mi cultura, mis tradiciones, incluso la forma de ser específica que me diferencia del otro. Territorium puede verse como el hábitat o entorno conocido que me produce seguridad, tranquilidad, un modo de comodidad. Ahora bien, entendiendo el territorium como un modo de sedentarismo o área estática, comprendemos que desterritorializar consiste en lo contrario, una característica nómada, una especie de desplazamiento, pero no forzado, sino autónomo.

Pensando la desterritorialización, como antónimo de la territorialización, desde lo meramente físico-espacial, hay que decir que el establecimiento busca que las minorías se ubiquen en regiones específicas, y en la medida de lo posible en las periferias del centro de gobierno, para lograr ser controladas de mejor manera. Un ejemplo interesante de esto modo de marginación son las comunidades indígenas y negras en Colombia, que ellas se establezcan en regiones alejadas de las urbes no es sólo porque ellas mismas quieran estar en mayor conexión con la naturaleza y sus lugares de culto y religioso, sino porque el sistema quería que estuviesen allí por varias razones. 

La primera de dichas razones en la época colonial consistía en el difícil acceso a la topografía colombiana. Los colonos muchas veces no perseguían a los indígenas que huían a las montañas y selvas, ni a los negros esclavos que escapaban para conformar los palenques, porque ir a su recaptura implicaba un gran desgaste de tiempo y recursos. Dejarlos allí era un modo de control indirecto, que la hostilidad del hábitat se encargara de controlarlos o eliminarlos. Esta práctica ha sido heredada hasta nuestros días, al punto de que regiones como el Urabá, el Pacífico, la Amazonía y la Orinoquía, han sido condenadas al abandono estatal desde la época colonial y republicana de Colombia. El estado justifica, muchas veces, el abandono a dichas comunidades por la topografía del territorio e incluso culpan a dichas comunidades por su cultura e idiosincrasia, ya que ellas no se acoplan al modelo hegemónico, pero en verdad lo que se busca en una marginación paulatina que permita la extracción indiscriminada de recursos. Un ejemplo claro de ello es cómo se corre cada año la frontera agrícola en la Amazonía debido a la deforestación con fines ganaderos, que deriva en extracción de hidrocarburos y finalmente en titulación de tierras baldías; la justificación ha sido la misma, la topografía y su difícil acceso imposibilitan el eficaz funcionamiento de  las instituciones estatales y su control militar.

La segunda razón, y no por ello menos importante, es la intencionalidad de marginalizar a las comunidades para sacarlos, eliminarlos de la cuestión política. El estado empuja con el puño del abandono a dichas regiones, para que las minorías se mantengan en el sector que al sistema le parece seguro tenerlos. La poca o  nula conectividad informática y vial, la desinformación, la corrupción, la paupérrima atención en salud, el precario y cuestionado acompañamiento militar y la decadente educación que se imparte, son algunas de las diversas formas en que las clases políticas tradicionales expropian la capacidad política de las minorías para ellos mantenerse en el poder. Marginalizar a las minorías es un modo de territorialización forzada para facilitar su control; y si nos basamos en la teoría de la fractalidad, todo esto aplica para las minorías marginadas, en las urbes, que engrosan en sus periferias los círculos de pobreza.

Como ya se ha dicho, la desterritorialización es la característica primordial de las minorías y el recurso más importante que ellas tienen para exceder al sistema hegemónico establecido. La desterritorialización consiste en salir de mi lugar de confort e ir al encuentro del otro para generar diversas interconexiones, puentes epistemológicos y dialógicos que se caracterizan por un constante y pluridireccional flujo de ideas que son maneras de resistir al sistema establecido, en tanto que éste último no sabe de dónde vendrá el torrente dialógico para poder agenciarlo, codificarlo y controlarlo. 

Que las minorías comprendan y lleven a la praxis la desterritorialización no significa necesariamente que ellas deban abandonar físicamente sus territorios, sino que es algo trascendental. La desterritorialización es un proceso deconstructivo. Deconstruir de manera autónoma mi racionalidad antropocéntrica y egocéntrica para ir no sólo al encuentro del otro, sino en procura del otro. La desterritorialización es un acto de extrema generosidad que pone a lo común en el primer plano de la discusión política. La desterritorialización debe trascender los territorios meramente físicos y llegar a territorios abstractos conceptuales para generar una participación plural de la cuestión política, solamente de esta manera podrán exceder la totalidad aparente del establecimiento.

La desterritorialización no significa que las minorías periféricas conformen un cerco que marche hacia el centro, porque habría contradicción en tanto que ellas se transformarían en el nuevo centro hegemónico, como pasó con la independencia de las repúblicas latinoamericanas donde sólo hubo un cambio de actores; la desterritorialización implica una deconstrucción real para alcanzar lo que el filósofo argentino-mexicano Enrique Dussel llama hiperpotentia, que es la búsqueda constante, de las minorías, de una vida plena en el sistema establecido, y esto se logra al formar una red desterritorializada de puentes epistemológicos que excede el agenciamiento del establecimiento mediante las transversalidad.





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